A veces, el apego a lo que tenemos no nos deja obtener lo que deseamos, incluso, puede impedir que vivamos como quisiéramos.
El apego puede convertirse en una jaula invisible que dificulta avanzar hacia nuestras metas y deseos. Nos aferramos a lo conocido, a lo seguro, a lo que creemos que nos define o nos pertenece, pero este apego es un freno silencioso que no permite descubrir nuevas posibilidades y vivir con plenitud.
El apego a lo que tenemos no solo abarca posesiones materiales, también incluye rutinas, relaciones, creencias y una identidad que hemos construido por miedo a lo desconocido; también puede mantenernos en un estado de conformidad, aunque en el interior sintamos que hay algo más que queremos experimentar o alcanzar.
Por miedo al cambio nos asimos a lo que tenemos porque tememos perder lo conseguido, aunque eso no nos haga plenamente felices. Sin embargo, al soltar el apego, abrimos espacio para que entre lo nuevo, nos liberamos de cargas que ya no nos aportan valor, y permitimos que los deseos y necesidades se manifiesten con claridad.
Vivir como realmente queremos exige valentía para renunciar a lo que ya no nos sirve, aunque le hayamos dedicado mucho tiempo y energía. Soltar no significa perder; es ganar la oportunidad de ser quienes realmente deseamos ser y vivir con autenticidad.
Es una invitación a dejar de sobrevivir y empezar a vivir desde el corazón, con propósito y en libertad.
Cuando el ego impide que aceptemos y valoremos la experiencia, logros o buenas acciones de alguien, puede que la envidia esté acechando sutilmente desde el inconsciente. No permitamos que esto suceda, ya que seríamos aliados de nuestro propio daño.
Una de las trampas más frecuentes que nos tiende el ego es impedirnos valorar los méritos y virtudes de los demás. Cuando no somos capaces de aceptar las cualidades o logros ajenos, podemos caer, sin darnos cuenta, en el terreno de la envidia, una emoción que suele gestarse en el inconsciente y que en ocasiones disfrazamos con críticas, indiferencia o desdén.
El ego se alimenta de la comparación constante con los demás; del miedo a la insuficiencia; de la incapacidad de reconocer el mérito ajeno y celebrar los triunfos de otros como algo que enriquece al colectivo. Actúa, interpretando esos éxitos como amenazas personales, reflejando una total carencia de comprensión, empatía y amor.
Cuando permitimos que la envidia germine somos los primeros en sufrir, porque esta emoción consume energía, nubla el juicio y nos desconecta de las personas. Sin embargo, al aceptar y valorar los logros ajenos, fortalecemos la capacidad de amar, aprender y crecer.
En lugar de ser aliados del ego y del daño que este genera, elijamos serlo de la admiración y el reconocimiento. En cada éxito ajeno hay una oportunidad para aprender, inspirarnos y crecer. La luz de los demás no apaga la nuestra; al contrario, nos recuerda que el brillo es posible para todos y que la grandeza compartida es la verdadera riqueza.
El ego tiende a resistirse a cualquier amenaza que desestabilice la imagen que hemos construido de nosotros mismos, sin embargo, todo lo que nos rodea -desde la naturaleza hasta las relaciones humanas- está en perpetua transformación.
La vida no nos obliga a ser perfectos, nos pide estar dispuestos a aprender, a crecer, a mejorar. Cada paso en el camino hacia lo que aún no hemos llegado a Ser nos acerca a nuestra verdad, y conecta más profundamente con quienes comparten este viaje con nosotros.
Y tengamos la MAR de cuidado... con esas personas egocéntricas, ególatras, engreídas, dictatoriales, que necesitan constantemente protagonismo y reconocimiento; incapaces de valorar los logros y éxitos de los demás o de agradecer su colaboración... Su falta de empatía y necesidad de protagonismo generan tensiones innecesarias.
En mi opinión, no hemos de ir por la vida buscando el protagonismo, ni el reconocimiento ni el prestigio. Aportemos y compartamos lo que somos y hacemos, y ya los demás nos concederán, o no, esos atributos... seguramente por la forma de comportarnos y, sobre todo, por nuestro “hacer y ser”.
El protagonismo no se reclama, se gana; las personas realmente admiradas suelen serlo porque no lo buscan. Su autenticidad, humildad y generosidad hablan por sí mismas, y su valor está en el aporte, no en el aplauso, y lo que ofrecen con sinceridad y desde el corazón suele ser reconocido espontáneamente, aunque no siempre de inmediato.
Sin embargo, la búsqueda obsesiva de reconocimiento, nos convierte en esclavos de la opinión ajena. En lugar de disfrutar del "hacer por el placer de hacer" y del "ser por el gozo de ser”, nos enfocamos en resultados que no dependen de nosotros, como el prestigio o la admiración.
La grandeza se manifiesta en la humildad de quien comparte su luz sin intentar opacar la de los demás, así que, aportemos lo mejor de nosotros, con honestidad y coherencia, y dejemos que los demás decidan si eso merece reconocimiento.
Saludos de Cᴀᴘɪᴛᴀ́ɴPᴇʀɪ .
Javier Periáñez.
| Conferenciante y Consultor | Desarrollo Personal y Profesional | Autor del libro "Lánzate a la Vida" | Conference Planeta (Grupo Planeta) | CEO de UniverTi | Presidente de Asociación Internacional EmprendiTud: Talento, Valores y Actitud Emprendedora | Presidente de Honor de EMPREAN: Asociación de Emprendedores y Empresarios Andaluces | Líder Maestro Internacional en - Grow - Asociación Internacional de Liderazgo | Acompaño a personas y colaboro con organizaciones en su crecimiento |
"𝑄𝑢𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑏𝑢𝑒𝑛𝑜𝑠 𝑣𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜𝑠 𝑦 𝑙𝑎𝑠 𝑚𝑒𝑗𝑜𝑟𝑒𝑠 𝑝𝑒𝑟𝑠𝑜𝑛𝑎𝑠 𝑜𝑠 𝑎𝑐𝑜𝑚𝑝𝑎𝑛̃𝑒𝑛".


No hay comentarios:
Publicar un comentario